Una de las primeras cosas que el joven inspector Strafford detecta al empezar a investigar la muerte del reverendo Lawless es el carácter novelesco, como de obra de Agatha Christie, del escenario y los personajes que tiene ante él: el cadáver hallado en la biblioteca de la mansión de los Osborne, el coronel proverbialmente envarado, su lánguida y evanescente esposa, la hija en rebeldía… Casi parece una puesta en escena. Pero el cadáver del sacerdote es real, y su brutal castración, también. La espesa nieve invernal que ha cubierto el paisaje irlandés de Wexford no puede ocultarlo todo. Y el comisario Hackett, viejo conocido de los lectores de la serie de Quirke, da el primer aviso: Strafford, a medida que indague más y más, descubrirá que hay poderes que quieren mantener en secreto lo ocurrido. Benjamin Black se sumerge de nuevo en la Irlanda de los años cincuenta e inicia una nueva serie, con su inimitable estilo y su don para crear ambientes y personajes fascinantes. Y con un nuevo protagonista: Strafford es desgarbado, protestante, abstemio… «Era solo cuestión de tiempo antes de que le dijesen que no parecía policía, pero lo que querían decir era que no parecía un policía irlandés».