Resumen de “Marianela” de Benito Pérez Galdós

Resumen de “Marianela” de Benito Pérez Galdós.

Capítulo uno:

La historia inicia con un viajero que camina por una vereda estrecha al anochecer, entre montes del norte de España. Es descrito como un hombre de mediana edad, robusto, simpático y con buen humor: se llama Teodoro Golfín, médico oftalmólogo. Busca las minas de Sócartes, pero pronto se da cuenta de que está perdido.

A pesar de su desorientación, mantiene el ánimo con frases como “adelante, siempre adelante”, y bromea consigo mismo. El paisaje por el que transita es cada vez más agreste y solitario, lo que lo inquieta. Se encuentra descendiendo por un terreno abrupto, sin señales de civilización ni de actividad minera.

En medio de la oscuridad y el silencio, oye una voz femenina que canta una melodía triste, lo que le reconforta, aunque la voz desaparece rápidamente. Finalmente, escucha a un perro ladrar y se encuentra con un joven, Pablo, quien le dice que sí se encuentra en las minas, aunque lejos del centro de trabajo.

Capítulo dos:

Pablo, un joven ciego de nacimiento, se ofrece a guiar a Golfín por las minas. A pesar de su ceguera, se desplaza con total seguridad gracias a un bastón y su perro Choto. Menciona que normalmente lo acompaña su lazarillo habitual, la Nela.

Durante el camino, atraviesan una zona minera abandonada llamada “la Terrible”, un paraje lleno de bloques de piedra y restos de explotación minera. Golfín lo describe con imágenes tétricas, comparándolo con un cráter volcánico o un cerebro afectado por migraña.

Ingresan a una galería subterránea, y Pablo guía a Golfín con naturalidad, describiéndole con precisión las estructuras del lugar, como las filtraciones de agua, las rocas sedimentarias, y hasta un sapo que canta cada noche. Le cuenta sobre la Trascava, una sima insondable que algunos creen comunica con el mar, y que produce un sonido similar a gárgaras. La Nela y Pablo suelen sentarse a escuchar ese murmullo, que Nela interpreta como voces.

Capítulo tres:

Salen de la galería y se encuentran con Marianela, quien acude con un abrigo para Pablo. Golfín se queda maravillado con la voz de la chica (es la que había oído antes). Marianela guía ahora al doctor hasta las oficinas de la mina.

Golfín enciende un cigarro y, al ver su rostro con la luz, le pregunta por su edad. Ella contesta que tiene diecíseis años, pero su cuerpo y rostro parecen de doce. Ella misma se considera un fenómeno, y cuenta que “no sirve para nada”.

Durante el paseo, Nela explica que no trabaja en la mina porque es débil y se desmaya con facilidad. Vive con el capataz Centeno y su familia, y ha sido rechazada y marginada toda su vida. Su madre fue una vendedora de pimientos, soltera, que la dejó al cuidado de una hermana. Su padre era farolero, y ella cayó desde un puente al río cuando era muy pequeña, lo que cambió su apariencia física.

Tras la muerte de su padre y la desaparición de su madre, Marianela fue acogida por la familia Centeno, aunque maltratada emocionalmente. Desde hace un año y medio acompaña a Pablo como lazarillo.

Golfín pregunta si Pablo sabe lo que es feo o bonito, y Nela dice que ella se lo explica todo: el cielo, las estrellas, los árboles… hasta la expresión de las personas. Sin saber leer ni escribir, ella es los ojos de Pablo.

Nela también cuenta que el ingeniero de la mina, Carlos Golfín (hermano del doctor), ha dicho que Pablo podría recuperar la vista si lo viera un médico competente, lo que ilusionó al padre de Pablo. Marianela, sin embargo, duda que eso sea posible.

Capítulo cuatro:

Golfín llega finalmente a las oficinas, donde se encuentra con su hermano Carlos. Marianela se dirige a su casa: una construcción modesta detrás de los talleres, donde vive con la familia Centeno. Son personas rudas, con pocos medios y mucha codicia. La casa está atestada de trastos, y Nela no tiene un sitio propio: duerme entre cestas, como una “alhaja guardada”.

La familia la desprecia, la trata como una carga inútil y le recuerda constantemente que no sirve para nada. La madre, llamada la Señana, se jacta de su caridad por alimentar a Nela, pero la trata peor que al gato o al mirlo de la casa. La consideran inferior al resto, sin alma ni derechos, simplemente una molestia.

Esa noche, Celipín, el hijo menor de los Centeno, conversa con Marianela. Ella le entrega una moneda que recibió de Golfín para que él ahorre. Celipín quiere escapar, aprender a leer y estudiar en la ciudad. Marianela, resignada a su suerte, lo apoya, aunque no cree que ella pueda tener un destino mejor.

Ambos expresan su dolor y frustración ante la miseria que viven. Celipín se niega a aceptar su destino y sueña con algo mejor. Marianela, por el contrario, ha interiorizado que no es persona, que no tiene valor ni futuro.

Capítulo seis:

Pablo y Marianela salen al campo acompañados por el perro Choto. Es un día hermoso, soleado y fresco. Durante el paseo, se nota la profunda complicidad entre ambos: Pablo le ha traído a Marianela chocolate, nueces y un dulce. Ella lo recibe con entusiasmo y comenta lo poco que se gasta en lujos en su casa.

La conversación entre ambos se vuelve poética y sentimental. Pablo dice que, para él, el día es cuando están juntos y la noche cuando se separan. Nela expresa su alegría saltando y bailando por el campo. A lo largo del paseo, Pablo le pide a Nela que le explique qué significa que el sol “brille”, ya que él nunca lo ha visto. Ella trata de explicárselo en términos sensoriales, y ambos comparan sus sentimientos con fenómenos naturales.

Marianela propone que las flores son como estrellas de la tierra y las estrellas, las miradas de los muertos que aún no han llegado al cielo. Pablo intenta corregirla desde una perspectiva racional, pero Nela insiste en su visión mágica del mundo. A pesar de las discrepancias, Pablo admira el candor y la imaginación de Nela.

Él le confiesa que quiere que viva con él, le pide a su padre que la acoja y sueña con educarla. La considera el modelo de la belleza ideal por su bondad e inocencia. Ella, por primera vez, se siente presumida y se adorna con flores, queriendo verse reflejada en el agua del estanque. Al hacerlo, sufre una decepción profunda al comprobar su fealdad, que contrasta con la imagen ideal que Pablo tiene de ella. La escena termina con Nela reprimiendo su dolor, y regresan a la casa donde encuentran al padre de Pablo y a los hermanos Golfín.

Capítulo siete:

Al día siguiente, los dos protagonistas repiten su paseo. Esta vez llegan hasta el bosque más allá de Saldeoro, donde se sientan cerca de un estanque con vistas al mar. Pablo habla sobre lo que ha aprendido con su padre: historia, filosofía, ciencia y especialmente sobre la belleza, que él considera la manifestación de la bondad y la verdad.

Pablo le dice que ha creado una imagen ideal de belleza que se ajusta perfectamente a Nela. La joven, confundida y sonrojada, no sabe cómo responder. Se siente por primera vez bonita. Se adorna con flores, se mira en el agua y cree ver una imagen no tan fea como pensaba. Pablo insiste en que ella es bella, más aún que los ángeles.

Nela se permite soñar: “¡Si me vistiera como las demás…!”. Pablo, embelesado, le dice que se casará con ella. Ella no puede creerlo y quiere convencerse de que quizá no es tan fea como todos dicen. Se siente feliz pero a la vez se ve limitada por su apariencia. Pablo no ve su físico, pero la “ve por dentro” y eso lo conmueve profundamente.

Capítulo ocho:

El tiempo se ha vuelto gris y ventoso, así que deciden pasear por zonas más protegidas, como la Trascava, una sima peligrosa que inspira temor. Pablo, emocionado por la visita del doctor Golfín, le cuenta a Nela que fue examinado y que hay esperanza de que pueda ver. Esta posibilidad le llena de entusiasmo, aunque su padre solo tiene una esperanza “pequeña pero agarrada como una lapa”.

Pablo sueña con ver a Nela, incluso si solo fuese por un día. Ella no puede evitar sentirse inquieta, triste y alegre al mismo tiempo. La escena en la Trascava se carga de simbolismo. Nela cree oír voces que emergen del abismo, como la de su madre muerta que la llama. Para ella, ese sitio representa una conexión con el más allá.

Pablo, por el contrario, quiere alejarla de esas ideas supersticiosas y reforzar su vínculo amoroso. Le promete que, con o sin vista, quiere estar con ella para siempre. Le declara que quiere casarse con ella, y Nela, profundamente emocionada, le corresponde. Pero también empieza a dudar: ¿qué pasará si Pablo recupera la vista y descubre cómo es en realidad?

La joven saca un fragmento roto de espejo y se mira. La imagen que ve confirma sus temores: se considera feísima. Llora. Pablo percibe sus lágrimas y le asegura que no hay diferencia: la ama igual si es ciega o no. Ambos comparten un momento de ternura donde se prometen fidelidad eterna, pero en el corazón de Marianela empieza a germinar una angustia profunda: teme que si Pablo ve, deje de amarla.

Capítulo nueve:

El capítulo cambia de escenario y se enfoca en Teodoro Golfín, el médico que ha llegado a examinar a Pablo. Se describe su pasado humilde, su esfuerzo por salir adelante, su formación como oftalmólogo en América y su cariño fraternal con su hermano Carlos, ingeniero de las minas.

La esposa de Carlos, Sofía, se describe como una mujer bondadosa pero frívola, que organiza eventos benéficos y tiene un perrito mimado llamado Lili, al que trata como si fuera un niño. Un día de paseo, el perrito se escapa y se mete en la Trascava. Nela, que estaba allí pensativa, lo rescata arriesgando su vida.

Sofía le regaña injustamente, pero luego le encarga que cargue con el perro. Teodoro critica la vanidad de su cuñada por cuidar tanto al perro y no haberle comprado ni zapatos a la pobre Nela. Discuten sobre la verdadera caridad: Teodoro cree en el contacto directo con los necesitados; Sofía se escuda en la estadística, en los bailes benéficos y en una caridad más superficial.

Carlos menciona que Nela tiene imaginación y que, si se la hubiera educado, habría sido inteligente. Revela que la madre de Marianela se suicidó arrojándose a la Trascava. Teodoro reflexiona sobre el abandono social, la ignorancia y la desesperación que lleva al suicidio. Señala que la sociedad condena crímenes que ella misma provoca al no brindar oportunidades a los más pobres y marginados.

Capítulo diez:

En una conversación íntima entre Teodoro Golfín, su hermano Carlos y Sofía, Teodoro cuenta con emoción su historia de superación: cómo él y Carlos crecieron en la más absoluta pobreza, mendigando, durmiendo en portales, sin ropa ni recursos. A pesar de ello, gracias a su voluntad y a pequeñas ayudas que fueron encontrando en el camino, ambos lograron estudiar, trabajar y salir adelante.

Teodoro se formó como médico en condiciones muy difíciles, estudiando anatomía mientras trabajaba como criado, limpiando ropa y repitiendo nombres de músculos. Con esfuerzo y suerte, fue ganando experiencia y prestigio. Carlos, su hermano, acabó entrando en la Escuela de Minas. Ambos acabaron siendo profesionales reconocidos.

Teodoro concluye que los que han sido pobres entienden mejor el sufrimiento y saben ayudar. Su historia contrasta con la visión más superficial de Sofía, que prefiere la caridad de los bailes y rifas. Este discurso es un poderoso alegato sobre la dignidad del trabajo y el esfuerzo frente a la limosna y la caridad exhibicionista.

Capítulo once:

Llegan a Aldeacorba, la casa de Don Francisco Penáguilas, padre de Pablo. Allí se habla de la posible operación a Pablo, y Teodoro confirma que es viable, aunque no garantiza el éxito. Describe a Pablo como una inteligencia pura, idealista, casi “angélica”, que vive en el mundo de las ideas y la imaginación. Se pregunta si devolverle la vista lo convertirá en un hombre real, más limitado.

Don Francisco confiesa que su mayor dolor ha sido la ceguera de su hijo, pues siente que nada tiene sentido si Pablo no puede disfrutarlo. Le inquieta el estado mental de su hijo, su obsesión con temas filosóficos y sus desvaríos: ha llegado incluso a decir que Marianela es bonita. Todos se ríen, incluida la propia Nela, sonrojada. El padre teme que la lectura constante esté alterando el equilibrio mental de Pablo.

También revela que ha heredado una gran fortuna, y que su hermano Don Manuel, con quien la comparte, quiere casar a su hija Florentina con Pablo. Don Francisco, profundamente emocional, sueña con ver a su hijo casado, feliz, con nietos a su alrededor. Es una escena de ternura y esperanza, contrastada con la incertidumbre de si la operación tendrá éxito.

Capítulo doce:

Por la noche, en casa de los Centeno, Marianela le da a Celipín (el hijo menor de la familia) dos duros que le había dado Golfín para ella, para que continúe ahorrando y pueda marcharse a estudiar. Celipín se emociona: su sueño es irse a Madrid y convertirse en médico famoso, como Teodoro.

Hablan sobre la historia de Teodoro, y Celipín la toma como inspiración. Fantasea con convertirse en un caballero respetado, con guantes, levita, bastón y fama internacional. Nela lo anima, aunque con cautela, aconsejándole que aprenda a escribir primero y que sea buen hijo, incluso si se marcha. Celipín, emocionado, sueña con enviar regalos a su familia y a Nela cuando triunfe.

Este capítulo presenta un contrapunto cómico y esperanzador: Celipín es el reflejo del poder de los sueños infantiles, mientras Nela parece resignarse a un destino mucho más duro.

Capítulo trece:

Marianela, ya acostada entre las cestas donde duerme, reflexiona con profunda tristeza. Su educación ha sido completamente nula, y ha desarrollado una especie de paganismo mezclado con cristianismo, donde la Virgen María es para ella la figura central de amor, belleza y perdón.

Para Nela, la belleza física es la máxima virtud, y está convencida de que Pablo dejará de quererla cuando la vea con sus ojos curados. Cree que solo la Virgen puede ayudarla: le suplica que la haga hermosa, o que la mate. Prefiere morir antes que ver cómo Pablo la rechaza tras recuperar la vista.

Esta escena es clave: la joven se ve a sí misma como “nada”, como alguien que solo existe en el amor de un ciego. Su identidad, autoestima y sentido de existencia están completamente ligados a no ser vista.

Capítulo catorce:

Al despertar, Nela está convencida de que la Virgen se le apareció en sueños y que ese día ocurrirá algo que la consolará. Se siente extrañamente inquieta, como si algo especial estuviera por suceder. En su camino hacia Aldeacorba de Suso, ve entre las zarzas una figura que cree que es la Virgen María.

La figura resulta ser Florentina, la hija de Don Manuel, que acaba de llegar al pueblo. La joven es bellísima, amable y bondadosa, y Nela queda completamente sobrecogida por su belleza, creyendo que realmente se le ha aparecido una santa.

Florentina trata a Nela con ternura. Don Manuel, en cambio, es un hombre orgulloso, educador estricto y un tanto vanidoso. Critica a su hija por comportarse con demasiada sencillez y espontaneidad en el campo. A pesar de eso, permite que Nela acompañe a Pablo y Florentina en un paseo tras tomar chocolate juntos.

Este capítulo marca el comienzo del contraste entre Nela y Florentina, que irá en aumento. Florentina representa todo lo que Nela no es: belleza, cultura, dulzura, salud, elegancia… y es, además, la prometida ideal que el padre de Pablo desea.

Capítulo quince:

Los tres jóvenes —Pablo, Marianela y Florentina— pasean por el campo. Florentina está feliz, recogiendo flores, moras, colgándose de las ramas, actuando con espontaneidad. Ella se comporta con naturalidad y ternura, comparte moras con ambos y decora a Nela con flores.

Hablan de la belleza del paisaje, y Florentina admira las formaciones rocosas que le parecen esculturas. Pablo, sin embargo, corrige su entusiasmo: le recuerda que todo eso son solo rocas cretáceas. Defiende el valor del pensamiento sobre los sentidos, aunque empieza a mostrarse más reservado, tal vez abrumado por la presencia de Florentina y por sus propias dudas.

Florentina se indigna al ver lo mal vestida que está Marianela. Dice que le dará uno de sus vestidos, que no comprende cómo puede haber tanta diferencia entre ricos y pobres y declara que es “comunista” de corazón. Cree que todos deberían tener lo necesario y se compadece profundamente de Nela, que ha vivido toda su vida sin cariño, sin regalos, sin ternura.

Nela, completamente abrumada, se queda muda. Para ella, es como estar frente a un ángel que le roba todo lo que había soñado: amor, belleza, dignidad. El contraste entre las dos se vuelve brutal, y es evidente que se acerca un punto de quiebre.

Capítulo dieciseis :

El capítulo dieciseis marca un punto de inflexión en la novela: el inicio del declive emocional y físico de Marianela, provocado por la realización del mayor deseo de Pablo —recuperar la vista—, que para Nela significa la pérdida total de su lugar en el mundo.

La acción comienza con la esperada operación ocular de Pablo Penáguilas, realizada por el doctor Teodoro Golfín. La intervención es narrada con un tono solemne, casi místico, y se describe como un proceso lleno de precisión y profundidad científica. Golfín actúa con profesionalismo y calma, y aunque no garantiza resultados inmediatos, deja una puerta abierta al éxito. La operación concluye con Pablo completamente vendado y aislado, en espera de ver si su retina responde.

Durante los días de recuperación, Marianela no puede ver a Pablo. Ella se acerca a la casa todos los días, pero no se atreve a entrar. Se mantiene a la sombra de todo lo que está ocurriendo, invisible, como siempre ha estado. La única que la atiende y se interesa por ella es Florentina, la prima de Pablo, que empieza a preocuparse sinceramente por la muchacha. Al descubrir que Nela duerme entre cestas como un animal, queda horrorizada por su miseria.

Movida por la compasión y su profunda religiosidad, Florentina le cuenta a Nela que ha hecho una promesa a la Virgen María: si su primo Pablo recobra la vista, ella acogerá al ser más pobre y desamparado que encuentre, lo vestirá, lo educará y lo tratará como a un igual. Ese ser será Marianela. La llama “hermana mía” y la besa en la frente. Le dice que no está sola, que a partir de ahora tendrá todo lo que no tuvo nunca.

Pero estas palabras, aunque llenas de bondad, caen sobre Marianela como una carga insoportable. Ella no puede odiar a Florentina —es demasiado buena, hermosa, dulce—, pero tampoco puede soportar la idea de recibir limosna de quien inevitablemente ocupará su lugar en el corazón de Pablo. Lo que para Florentina es caridad, para Nela es muerte emocional. Se siente humillada, excluida, invisible. La generosidad de Florentina, sin quererlo, confirma que ya no tiene lugar ni en el amor ni en el mundo.

A partir de este momento, Nela empieza a enfermar en silencio: pierde el apetito, deja de cantar, no habla, y se sienta por horas en los caminos, como si esperara desvanecerse. El capítulo termina con una imagen de profunda desolación, donde el milagro de la vista se convierte, para Nela, en la confirmación de su desaparición.

Capítulo diecisiete:

La noticia se esparce por todo Socartes. El pueblo celebra el “milagro”. Don Manuel planea incluso un banquete para todos los mineros. Golfín es considerado un héroe. Pero Marianela no se atreve a ir a Aldeacorba. Una fuerza misteriosa la aleja. Pasea sola por las minas, los bosques, las riberas. En su alma hay una mezcla de alegría por Pablo y vergüenza de sí misma.

Reflexiona que no puede odiar a Florentina, aunque se siente anulada. Ha perdido su lugar en el corazón de Pablo y no tiene valor para ocupar otro. Siente que el amor que soñaba ya no le pertenece. Su autoestima está completamente destruida. Dice: “No volveré más allá… Ya acabó todo para mí… ¿de qué sirvo yo?” Considera huir con Celipín, que está entusiasmado con la idea de marcharse a estudiar. Planean irse juntos. Marianela pregunta: “¿Cuándo?” Y él responde: “Mañana”.

Pero entonces aparece Florentina en su casa. La llama «hermana querida», le dice que Pablo pregunta por ella constantemente y la invita a ir a Aldeacorba. Le recuerda su promesa de darle una nueva vida.

Florentina habla con ternura, con dulzura, y le cuenta cómo Pablo ya distingue lo bello de lo feo. Dice que él la vio y exclamó: “¡Ay, prima mía, qué hermosa eres!” Estas palabras desgarran a Marianela, que no se siente digna de ser vista por Pablo. Sabe que su aspecto no corresponde con la imagen ideal que él había construido durante su ceguera.

Marianela se desploma al suelo, le dice a Florentina que no la odia, que la quiere, pero que no puede ir a Aldeacorba. Le pide un abrazo. Luego huye corriendo al bosque, entre la maleza. Florentina grita: “¡Nela, hermana mía!” Pero la muchacha desaparece. Florentina queda destrozada, sin entender lo ocurrido. Dice a Golfín, que llega poco después:

“Entre todas las cosas perversas, hay una peor que todas: la ingratitud.”

Pero ella no sabe que Nela no ha huido por ingratitud, sino por dignidad rota, amor no correspondido y vergüenza de existir en el nuevo mundo de los videntes.

Capítulo dieciocho:

Tras huir de la casa de Florentina y sentir que no encaja en el nuevo mundo de Pablo, Marianela vaga sola todo el día. Por la noche se aproxima sigilosamente a Aldeacorba, pero huye cada vez que oye pasos. Se dirige a la Terrible, y desde allí contempla las luces de Aldeacorba en la lejanía con una mezcla de nostalgia, admiración y dolor.

En ese momento se cruza con Celipín, quien lleva su hatillo al hombro y se dispone a huir para cumplir su sueño de estudiar y hacerse médico. Le propone a Nela que lo acompañe a Madrid, que ella trabaje en una casa noble mientras él estudia, y que juntos escapen del mundo que los oprime.

Nela acepta por impulso, pero pronto se arrepiente. Se sienta en una piedra y le dice que no puede. Dice: “Para ti es tiempo, para mí es tarde.” Le confiesa que no piensa volver a casa, ni ir con Florentina, ni quedarse con nadie. Celipín se despide de ella con tristeza y le ofrece una peseta, que ella rechaza. Se marchan en silencio.

Poco después, aparece el perro Choto, quien acaricia a Nela, la reconoce y después corre hacia Aldeacorba, como si fuera a buscar ayuda. Encuentra a Teodoro Golfín, y tras muchos ladridos y vueltas, consigue que el médico lo siga.

Golfín encuentra a Nela a punto de lanzarse a la Trascava, donde murió su madre. La llama desesperado. Al principio, ella no responde, pero finalmente asciende lentamente, hasta que Golfín puede tomarla de la mano y salvarla.

Capítulo diecinueve:

Teodoro y Marianela caminan en silencio hasta que llegan a unas piedras, donde él la sienta y la enfrenta con dulzura pero firmeza. Le pregunta: “¿Qué ibas a hacer allí?” Y ella responde sin rodeos: “Iba a quitarme la vida.”

Golfín trata de hacerla razonar: le habla de Dios, del alma, de la ignorancia en la que ha vivido, de cómo ha sido abandonada por una sociedad egoísta que no le ofreció educación, ni cariño, ni instrucción religiosa básica. Le dice que no es cierto que no sirva para nada, que su sensibilidad, su imaginación, su dulzura son valiosas. Que si no ha podido florecer, es porque ha sido criada entre bestias, no personas.

Cuando le pregunta por qué rechazó la ayuda de Florentina, Marianela llora y dice que no es por ingratitud, sino porque no se considera digna. Le teme. Cree que no merece su atención, que no puede vivir en la misma casa que ella. Golfín, entre sorprendido y conmovido, le arranca una confesión fundamental:

Está enamorada de Pablo. Y lo ama desde siempre. Y sufre porque él la ha idealizado en la oscuridad, pero ahora que ve, ya no podrá amarla. Dice que Florentina ya le ha quitado todo, incluso a Pablo. Que no sirve para vivir. Que Dios se equivocó al darle un corazón tan grande y una cara tan fea. Que preferiría haber nacido piedra. Que no puede odiar, pero no puede seguir viva.

Golfín, viéndola tan rota, le dice que a partir de ese momento es suya. Que la ha cazado como una mariposa salvaje. Que va a educarla, a rescatar su alma, a enseñarle lo que es la humildad, la abnegación, la dignidad interior. Que aunque haya crecido como una criatura pagana, aún puede aprender lo que el alma puede ser en manos del amor, la sabiduría y la fe.

Ella lo escucha en silencio, con fascinación. Se deja llevar. Pero cuando van a caminar, se desmaya. Golfín, por segunda vez, la carga en brazos. Dice: “Hace días te llevé como un cuerpo muerto. Esta noche también.”

Capítulo veinte:

La acción retrocede unos días, al momento en que Pablo recobra la vista. Al principio, se asusta: el mundo le parece gigantesco, lleno de abismos, como si todo se viniera encima. Las imágenes lo abruman. El cielo le parece una cosa viva, y ve la luz como una fuerza que lo envuelve.

Le descubren el rostro de Florentina, y la confunde con Nela. Al saber quién es, queda fascinado por su belleza. La compara con una música hecha carne, con una idea divina, con los ángeles. No deja de preguntar por Marianela: “¿Y la Nela, dónde está la Nela?” Le explican que no ha aparecido por la casa. Él siente un fuerte deseo de verla, pero se resigna. Su mente está llena de sensaciones nuevas.

Le muestran su reflejo en el espejo y queda maravillado. Se reconoce como guapo. Afirma que ya no puede vivir sin ver, que necesita a Florentina a su lado. Habla con entusiasmo, con intensidad, y parece haber olvidado todo lo anterior.

Pero la sombra de Nela permanece: la busca con insistencia. Siente cariño por ella, quiere verla, pero ya está atrapado por el resplandor de Florentina, a quien ahora ve como su universo. El amor de la ceguera ha sido sustituido por el deslumbramiento de la vista.

Capítulo veintiuno:

En este capítulo se describe cómo Florentina ha transformado su habitación en Aldeacorba en un espacio acogedor y lleno de luz, como reflejo de su carácter. Está confeccionando con sus propias manos un vestido para Marianela, cumpliendo así la promesa de darle dignidad y una vida mejor.

Mientras trabaja, la Nela yace enferma en un sofá, sumida en un estado de extrema debilidad. Ha sido rescatada por Golfín, y ahora se encuentra bajo el cuidado de Florentina. El padre de Florentina, Don Manuel, entra en escena con una visión más tradicional de la caridad. Propone que habría sido mejor organizar una rifa o un evento benéfico en vez de acoger personalmente a una pobre en casa. Esto genera un contraste entre la caridad práctica y pública que defiende Don Manuel y la caridad íntima y humana de Florentina.

Golfín, observando a la Nela dormida, aprovecha para hablar con Florentina sobre la importancia de educar a los marginados como Nela. Afirma que ella representa a miles de seres olvidados, y que su estado no es una excepción, sino un síntoma de una sociedad que abandona a quienes podrían haber sido valiosos si hubieran recibido educación y cariño. Expone que Nela tiene una imaginación rica, sensibilidad profunda y amor sincero, pero carece de toda instrucción. Su visión del mundo es completamente emocional y poética, anclada en la naturaleza, y por eso ha desarrollado una espiritualidad más cercana al paganismo que al cristianismo.

Florentina escucha con atención. Para ella también es una revelación: empieza a comprender la verdadera dimensión de la tragedia de Marianela.

Cuando Nela despierta, Golfín y Florentina la interrogan suavemente. Le preguntan si está contenta, si se siente bien. Golfín, en tono juguetón, le pide que elija con quién quiere quedarse: con él o con Florentina. Ella no responde con palabras, pero su mirada se dirige al doctor, mostrando su preferencia silenciosa por él, quien la ha tratado como a un alma digna, no como una pobre a la que ayudar por piedad.

Capítulo veintidos:

En este capítulo final, la historia alcanza su desenlace trágico. Finalmente, Pablo ve a Marianela. Es un momento profundamente esperado, tanto por él como por los lectores. La reacción de Pablo es primero de confusión, luego de asombro, y finalmente de dolor y comprensión.

Marianela se encuentra gravemente enferma, casi agonizante. Al verla, Pablo no la reconoce de inmediato. Cuando le dicen que es Nela, su antigua lazarillo y confidente, el impacto es desgarrador. La joven, con voz apagada pero serena, le habla con ternura. Le dice que siempre lo ha amado, que ha vivido solo para él, y que ahora que ha recuperado la vista y tiene ante sí el mundo, ella ya puede morir en paz.

Pablo llora y le suplica que no se muera. Le recuerda sus promesas, le dice que aún puede vivir con él, pero Nela ya ha renunciado a todo. Su cuerpo está roto por el dolor, su corazón destrozado por el abandono simbólico que implica haber sido vista con ojos físicos y no ser reconocida. En su despedida, Nela no reprocha, no acusa. Solo agradece.

Muere en los brazos de Pablo, con una expresión de paz. Su muerte simboliza el fin de una existencia invisible, hecha solo de afecto, sacrificio y pureza, en un mundo que no tolera ni lo feo ni lo frágil.

La novela concluye con una reflexión melancólica: Pablo ha ganado la vista, pero ha perdido lo más verdadero que tenía; Florentina ha sido noble, pero no ha podido salvarla; Golfín ha sido sabio, pero ha llegado tarde. Y Marianela, esa muchacha despreciada por todos, ha sido el alma más grande de todas, y nadie supo verlo hasta que ya no estaba.

Aquí tienes un resumen sobre los personajes principales de la novela y lo que representan:

Marianela, la protagonista, es una figura profundamente trágica y simbólica. Desde su primera aparición, se presenta como una joven marginalizada por su pobreza, su fealdad y su falta de educación, pero dotada de una sensibilidad extraordinaria. Vive en un mundo que le ha enseñado que no vale nada, y sin embargo, encuentra una forma de existir a través del amor que siente por Pablo. Su evolución es dolorosa: comienza siendo una muchacha con esperanza, aunque frágil, capaz de soñar que puede ser amada. Pero cuando Pablo recupera la vista, todo su mundo interior —construido en la oscuridad, en la intimidad compartida con un ciego— se derrumba. A medida que avanza la historia, su percepción de sí misma se hunde en la autonegación, hasta el punto de no querer vivir en un mundo donde ya no puede ser invisible. Su muerte no es un suicidio heroico ni un capricho romántico: es el desenlace inevitable de una vida sin espacio en la sociedad que idolatra la belleza exterior. Nela no se destruye por falta de amor, sino porque el amor, al volverse visual, la desecha.

Pablo Penáguilas comienza la novela como un joven ciego, idealista, sensible y con una capacidad extraordinaria para imaginar el mundo. Su discapacidad lo lleva a desarrollar una conexión emocional muy fuerte con Nela, a quien considera no solo su guía sino su alma gemela. En la ceguera, Pablo ama lo esencial: la voz, la dulzura, la entrega absoluta de Nela. Cree en una belleza espiritual que trasciende los sentidos. Sin embargo, cuando recupera la vista, su transformación es radical. Se deslumbra con el mundo visible, con los colores, las formas y, sobre todo, con la belleza de su prima Florentina. Su amor por Nela queda relegado a una curiosidad tierna, pero ya no es el centro de su universo. Esta evolución no es completamente voluntaria: Galdós retrata a Pablo como una víctima del poder de la vista, del mundo exterior que irrumpe violentamente y deshace los vínculos construidos en la oscuridad. Al final, cuando comprende lo que ha perdido, ya es tarde. Pablo no es un personaje cruel, sino trágicamente humano: incapaz de sostener con los ojos lo que su alma sí pudo amar.

Florentina, la prima de Pablo, es el ideal de belleza, virtud y caridad. Representa lo que el mundo ve como la mujer perfecta: bella, rica, culta y, además, buena. Sin embargo, su bondad, aunque sincera, es ingenua. Su promesa de ayudar a Marianela parte de una visión casi religiosa, como si ella fuera un ángel redentor. Intenta incorporar a Nela a su mundo, pero no comprende el dolor existencial de esta última. No puede ver que lo que ofrece —ropa, comida, protección— no basta para una persona que ha vivido con el corazón completamente entregado y que no quiere limosna sino igualdad. A lo largo de la historia, Florentina evoluciona desde la condescendencia benevolente hasta una compasión más honda, aunque sin llegar nunca a penetrar realmente el abismo que separa su mundo del de Nela. Es un personaje luminoso pero limitado: su presencia, sin quererlo, hiere más que consuela.

Teodoro Golfín representa la ciencia, la razón y la conciencia social. Su evolución no es tanto emocional como moral: llega a Socartes con la intención de devolverle la vista a Pablo, pero termina descubriendo que la verdadera ceguera no está en los ojos sino en la indiferencia social. Su relación con Marianela pasa de la curiosidad clínica a la ternura y al deseo de salvarla como ser humano completo. En su intento de «educarla», de darle un alma moderna y cristiana, Golfín actúa como un redentor intelectual, pero también como un símbolo del fracaso de la razón frente al sufrimiento emocional. Su discurso final, en el que reconoce la responsabilidad de la sociedad por haber dejado a Nela en la ignorancia y el abandono, lo convierte en la voz más lúcida de la novela. Es el único que ve lo que otros no quieren ver: que Nela no solo necesita caridad, sino dignidad y comprensión.

Don Francisco Penáguilas, el padre de Pablo, es un hombre culto, obsesionado con el conocimiento y con darle a su hijo las oportunidades que la ceguera le ha negado. Su evolución está marcada por la esperanza ferviente en la ciencia y el futuro. Sueña con ver a Pablo realizado, casado con Florentina, como culminación de una vida de lucha y estudios. No es un personaje cruel, pero tampoco llega a comprender el universo emocional que se teje entre Pablo y Marianela. Para él, el amor ideal es el que encaja en los moldes sociales. Su ceguera es de otro tipo: no visual, sino emocional. En su afán por construir un porvenir perfecto, no ve la tragedia que se gesta en lo invisible.

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